Ya habita en la memoria colectiva lo que persiste de la injusticia, pero la habitan también los pedazos de tela rasgados por donde ha entrado la luz. Nuestras caídas, por tiro de gracia, por vejámenes que derraman semen y reclaman sangre. Caídas en prisiones desgarradoras de su humanidad. Nuestras caídas por levantarse han sembrado la tierra de sus historias y son ellas la grieta que deja entrar en nuestros sures la promesa de vencer. Ellas legaron para nosotras esta rabia honda contra un sistema de criminalidad hecho por y para hombres. Tenemos en el corazón el legado, la desolación y el desasosiego para hablar de otra estructura en este mundo que nos tritura la dignidad por el hecho de ser mujeres. Pero legaron también la esperanza, la posibilidad de hacer memoria, y así enfrentar, y así abolir toda estructura que pretenda masacrarnos, porque estamos y estaremos siempre nombrándonos mujeres.
Muchas son las historias de las mujeres caídas en la prisión política, el análisis es desde las dictaduras del cono sur hasta la actualidad, hasta nuestro territorio y nuestro conflicto. De por sí, las prisiones desestiman las necesidades de la población carcelaria, con especial énfasis las de las mujeres, y con el agravante del ataque basado en la dinámica del “enemigx internx”, heredada del Derecho Penal del Enemigo, cuando estas son prisioneras políticas.
En lo siguiente, desarrollo la idea de la prisión política como una experiencia emocional de exilio social, para el caso concreto de las mujeres. Esto, desde los testimonios de mujeres privadas de la libertad por razones políticas.
La prisión política y el exilio son dispositivos represivos que han servido a intereses estatales y paraestatales. La primera resulta de la pena privativa de la libertad con ocasión de un delito político; es vigente todavía, pero con dilemas profundos que hacen temblar la institución penal. El exilio por su parte, que resulta de la pena de destierro, no tiene vigencia por razones políticas para la actualidad en la mayoría de ordenamientos, pero siendo un dispositivo mucho más antiguo que la pena privativa de la libertad, en la práctica sigue siendo utilizado por grupos paraestatales en muchas ocasiones, como aquellas de las que somos testigxs en nuestros territorios, financiados y ordenados por el mismo Estado.