Aunque no se dejó de aportar y exigir garantías para la población desplazada, la decisión fue regresar al campo apostándole a la defensa y permanencia en los territorios rurales. Se determinó también que el ser de la asociación y las comunidades campesinas está en la ruralidad y no en barrios periféricos en condiciones de pobreza o exclusión. Y es así como proceden a contactar personas afines para continuar el trabajo organizativo, y al igual que en Angelópolis, en algunos municipios del Oriente Antioqueño se presentaron las condiciones para desplegar y establecer el trabajo colectivo.
Con procesos formativos sobre promoción e interiorización de los derechos humanos(qué son, en qué consisten y cómo los defiendo), y acciones de legalización o formalización de la tierra, llegaron a veredas como el Pajuí, La Esperanza, Farallones o San Isidro en el municipio de San Francisco; mientras que a San Vicente, también municipio del Oriente Antioqueño, llegaron por medio de un proceso de formación con población joven campesina de la Escuela de liderazgo Juvenil. Todas sus propuestas y actividades, siempre de cara a acciones que visibilizasen la problemática agraria y de desplazamiento forzado, así como la importancia de los DDHH.
Después del trabajo iniciado en estos dos municipios del Oriente Antioqueño, la ACA empieza abrirse paso en otras localidades, y dependiendo del trabajo avanzado, las condiciones de seguridad o la respuesta obtenida por las comunidades, la organización continúa fortaleciéndose, ampliando o pausando su labor en determinados lugares, pero llevando con constancia las banderas iniciales de su fundación: La defensa del territorio y la exigibilidad de los derechos, que a la actualidad, se ven reflejados en el trabajo que se desarrolla en veredas de Betulia, Suroeste Antioqueño y de San Francisco, Cocorná, Argelia y Sonsón en el Oriente.